06 diciembre 2005

Corripio

Esta es una historia de terror. El domingo 20 de noviembre el periódico El País sorprendió a los lectores con la noticia de que el Diccionario de ideas afines, de un tal Fernando Corripio y publicado por la editorial Herder, injuriaba a los homosexuales. La razón era que bajo esta voz se ofrecían sinónimos tales como “pervertido, vicioso, depravado, anormal, desviado, corrompido, degenerado, pedófilo y puto”, según denunciaba la asociación de gays y lesbianas Casal Lambda. El asunto resultaba especialmente grave, porque en 2004 apareció la octava reimpresión y ya se habían vendido entre 20.000 y 30.000 ejemplares. El atribulado director de la editorial, Raimund Herder, aseguró al enterarse que suspendía la distribución de la obra, tal como pedía el Casal Lambda, que la retiraba de las librerías y que buscaba al autor para que revisara por completo el texto. También andaba tras él la periodista que firmaba la información, pero no lo había encontrado.

Cuatro días más tarde, el periódico La Razón tituló: “Piden a Corripio, muerto en 1993, que cambie la acepción de ‘homosexual’ en su diccionario”. Añadía que, según datos de la Asociación Colegial de Escritores, Fernando Corripio nació en Madrid el 16 de diciembre de 1928, pasó tres años y medio en Buenos Aires, cursó estudios de filología y lexicografía, era oficial de la marina mercante y había fallecido a la edad de 65 años.

Casi una semana después el diario El País publicó sin firma la aclaración, que ahora está disponible para todo el mundo en Internet y no sólo para los suscriptores, como ocurre con la primera noticia: “El autor del diccionario ‘Corripio’ murió hace 12 años”, decía el titular.

Afirmaba alguien que el español es una lengua de primera con diccionarios de tercera. El marasmo de la lexicografía española ha sido tal que apenas el Tesoro de Sebastián de Covarrubias, cuya primera edición es de 1611, el Diccionario de autoridades de 1726, el Diccionario crítico etimológico de Corominas, publicado en 1980, y alguno más merecen consideración.

El Corripio es un diccionario de sinónimos escaso y vetusto, pero a pesar de ello todavía resulta el menos malo. En realidad, el autor publicó cuatro títulos diferentes que ocultan la misma obra con pequeñas variantes: el Diccionario de sinónimos y antónimos (Larousse), el Diccionario de ideas afines (Herder), el Diccionario práctico, sinónimos y antónimos (Spes) y el Gran diccionario de sinónimos. Voces afines e incorrecciones (Ediciones B).

La cadena de disparates en torno al cadáver de un lexicógrafo aficionado resulta estremecedora. Fernando Corripio fue siempre despreciado por los lingüistas profesionales, pero elaboró la obra que ellos, con subvenciones y becarios, han sido incapaces de preparar. Vendió miles de ejemplares porque sus libros son más útiles que los de universitarios y académicos, y resulta sorprendente que los desconozcan quienes viven a costa de las palabras.

Otros en cambio tienen gran fe en ellas. Las palabras inspiran temor a los agitadores del nuevo pensamiento reaccionario, pues mantienen la firme creencia de que quienes controlan el lenguaje pueden modificar la realidad a su antojo. Lo han aprendido de sus antepasados, aquellos que censuraban la blasfemia, los juramentos y los tacos –tomo los tres sinónimos del Corripio- en nombre de valores aparentemente opuestos. En parte tienen razón. Tiranos y censores han asesinado, ofendido y estrangulado la libertad, pero nunca consiguieron liquidar ni una sola palabra. En ellas está el último reducto de la libertad del individuo.