10 mayo 2005

Comienzos memorables (1)

“Era el final de una de esas tardes lluviosas, cuando la sección de juguetes de Wollworth, en la Quinta Avenida, está colmada de mujeres de quienes uno sospecha que fueron sorprendidas cometiendo adulterio y que ahora van a comprar un regalo para llevar al hijo menor. Esa tarde estaban allí ocho o diez de esas mujeres –vivaces, vibrantes y bien vestidas-, con el aire dolorido de mujeres de las que poco antes abusó un rufián en el cuarto de un hotel, y que ahora vuelven a casa y al afecto de su tierno hijo. Charlie Mallory, que salía de la sección de ferretería, donde había comprado un destornillador, fue quien llegó a esta conclusión. No estaba pensando en términos morales; concibió esa fórmula general sobre todo para conferir un poco de sentido y de color a la lasitud de una tarde lluviosa. En su oficina el día pasaba lentamente. Después del almuerzo se había dedicado a reparar un archivador. De ahí el destornillador. Después de formular su conjetura, examinó con más atención los rostros de las mujeres y le pareció que hasta cierto punto se confirmaba su fantasía. ¿Qué si no los regodeos y las angustias del adulterio podían originar en ellas una expresión tan espiritual y llorosa? ¿Por qué suspiraban tan hondo mientras manipulaban los juegos de la inocencia? Una de las mujeres llevaba un abrigo de piel parecido a uno que él había comprado a su esposa Mathilda en Navidad. Prestó más atención, y vio que no sólo era el abrigo de Mathilda, sino la propia Mathilda.”

John Cheever, La geometría del amor (1973). Traducción de Aníbal Leal