10 mayo 2005

Diario de un adolescente

El periodista polaco Ryszard Kapuściński (Pińsk, 1932) ha descrito el ocaso de la Etiopía de Haile Sellasie en El emperador, el de la Unión Soviética en El Imperio y la permanente catástrofe de África en Ébano. Son crónicas que entrelazan la gran historia con las historias de las pobres gentes. Son obras maestras.

En España han comenzado a aparecer sus cuadernos de notas a los que llama, de forma un tanto extravagante, “lapidarium”. Porque el término no se refiere aquí a lápidas, ni a museos de epigrafía, ni siquiera a libros dedicados a los minerales, sino –dice- al lugar donde se depositan fragmentos de estatuas y de edificaciones con los que no se sabe qué hacer. Será en Polonia.

En Lapidarium IV se amontonan, en efecto, recuerdos de viajes, reflexiones de medio pelo, citas de libros y periódicos, comentarios bondadosos, así como mala, mucha mala literatura: “Por la mañana, las delgadas y desnudas ramas de los árboles barren un cielo gris, inmóvil, plomizo. Sombrío pinta el día”. Los cuadernos de notas del corresponsal avezado pueden ser como el diario de cualquier adolescente.

Sólo que, de vez en cuando, surge el gran periodista y en apenas veinte líneas traza un perfil soberbio del candidato Gerhard Schröder, elegante, maquillado de manera discreta y con una fuerza biológica interior indómita que no acepta más órdenes que las de los fotógrafos y los cámaras de televisión: “Incluso parecía un poco decepcionado –concluye- cuando se apagaron los focos y los flashes, y cuando los operadores, después de guardar sus cámaras de filmar y de hacer fotos, se habían marchado a toda prisa.”

Kapuściński rinde tributo a la poética del fragmento, porque –afirma Octavio Paz en la cita con la que se abre el libro- constituye la forma que mejor refleja la realidad en movimiento que vivimos. Cabe otra posibilidad: que se haya convertido en confesión involuntaria de la incapacidad para elaborar discursos sostenidos y potentes.

Lapidarium IV es también testimonio de lo que va de ayer a hoy. Kapuściński redactó sus notas entre 1997 y 1999, y apenas seis años después parecen escritas en un mundo lejano y exótico: el de los incoherentes, deshilvanados y felices años noventa del pasado siglo.