Sadismo, que viene de Sade
La leyenda en torno a la vida de Donatien Alphonse François de Sade se alimentó de los episodios que narró en su obra, hasta el punto de que resulta difícil separar los hechos reales de la fantasía literaria. Los biógrafos, con Gilbert Lely a la cabeza, han intentado demostrar que la imaginación popular agrandó los escándalos en los que se vio envuelto y que lo convirtieron en símbolo del Antiguo Régimen en plena Revolución francesa: “Los desenfrenos de Sade no excedieron la media de un cierto libertinaje” propio de la época, dice Michel Delon en la introducción a las obras de Sade en la Pléiade.
Cierto o no, las experiencias libertinas del marqués comenzaron cuando ingresó en el ejército a los 14 años y terminaron cinco días antes de morir. Esta vez la amante fue una lavandera de 16 años que le facilitó la propia madre de la joven: “Se entregó como siempre a nuestros jueguecitos”, anotó el marqués en su diario. El tenía 74 años.
Parece que Sade, que nació en París en 1740, era atractivo, ingenioso, culto y de voz inolvidable. También arrogante, audaz y con un miembro viril que se lo llevaban los demonios. Medía algo menos del metro sesenta, lo que no estaba mal para la época, y pertenecía a la mejor aristocracia francesa. Entre los antepasados se encontraba Laura, la musa de Petrarca, y entre los descendientes directos está Philippe de Montebello, el culto y elegante director del Museo Metropolitano de Nueva York desde hace 30 años. Amaba el teatro, y las actrices fueron, junto con las putas y los criados rijosos, su gran debilidad.
El padre lo casó a los 23 años con la hija de un rico magistrado a la que conoció el día antes de la boda, y que libró de la ruina a la familia Sade. Era decididamente fea e ignorante, pero Donatien sintió cariño por ella. Tuvieron tres hijos.
La leyenda comenzó el 3 de abril de 1768, domingo de Pascua. Ese día Sade azotó durante varias horas en medio de ritos sacrílegos a Rose Keller, una viuda pobre que pedía limosna por las calles. No era la primera vez que ocurría algo así, pero la noticia se extendió y Donatien pasó a encabezar la abundante lista de nobles degenerados en la Francia del siglo XVIII. El siguiente gran escándalo se produjo cuatro años después, cuando organizó en Marsella una orgía en la que participaron un criado y cuatro prostitutas: corrieron los afrodisíacos, hubo flagelaciones y sodomía homosexual y heterosexual. Las putas lo denunciaron porque temían haber sido envenenadas, y Sade huyó a Italia con su cuñada, una canonesa bella, encantadora y caprichosa con la que mantenía una tórrida relación. Fue condenado a muerte y ejecutado en efigie.
A los 36 años volvió a prisión, donde permaneció más de una década y en la que leyó, anotó cuidadosamente sus prácticas onanistas y escribió Los 120 días de Sodoma: “No hay que extrañarse –decía el narrador- del hombre que prefiere pasear por el suelo árido y escarpado de las montañas en vez de por los senderos monótonos de las llanuras”. A la salida, frecuentó a los monárquicos constitucionales y publicó algunas obras de forma anónima o con seudónimo, como Justine y La filosofía en el tocador, pero con la llegada de Napoleón al poder en 1799 se multiplicaron las denuncias contra él en la prensa y en los libelos satíricos. A los 60 años ingresó de nuevo en la cárcel, y unos días después lo trasladaron de lugar por seducir a los jóvenes detenidos. Siguió en prisión hasta su muerte, el 2 de diciembre de 1814.
Sade fue un auténtico e incansable maldito en la vida privada, en la pública y en todos los géneros de la época: poesía, teatro en verso, diálogo filosófico, cuento, relato, novela. Durante mucho tiempo sus escritos sólo interesaron a médicos y pornógrafos, hasta que los surrealistas lo introdujeron en el panteón literario. Desde entonces, Sade dejó de ser sádico para convertirse en el escritor que escenificó el sadismo.